El de ayer fue un día especialmente feliz, hablando en términos futbolísticos. El pase a las semifinales de España, en un partido tenso, duro, sin brillo, frente a Praguay, fue un subidón considerable. Al final uno se tiene que quedar con el dicho ese de que lo importante es ganar y no el cómo.
Pero más allá de esa victoria de la selección hispana, vendrán días más duros y espero que no tengamos que llorar si no es de alegría, el notición del día lo protagonizaba Alemania (soy europeo, luego iba con Alemania, sin más explicación) que arrollaba estrepitosamente a la selección argentina. No tengo nada contra Argentina. Admiro y mucho a algunos de sus jugadores. Pero no eran un equipo: un conjunto de individualidades con toques de genialidad de conforman un equipo, y ayer quedó demoledoramente claro. Se siente por la hinchada argentina. Pero, personalmente, más allá de la victoria alemana, que en los próximos días nos puede pasar factura, lo que realmente me dejó como unas castañuelas fue la derrota de Maradona.
No le aguanto. Así de simple. Nadie puede discutir su genialidad como futbolista, y no voy a ser yo quien lo haga. Pero desde que colgó las botas se ha convertido en un personaje peripatético, con una influencia enfermiza sobre la afición argentina, y una más que discutida decisión de ponerle al frente de la selección albiceleste.
Vamos a ver, Maradona, que el cariño no basta. Hay que tener ideas, estrategias y una cabeza perfectamente amueblada para dirigir a semejante pléyade de estrellas, todas con la cabeza gacha ante los disparates del mister, no fuera a ser que la disidencia les arrebatara el cariño de la afición.
Pero a mí lo que me tenía perplejo era la incontinencia verbal del susodicho. Su palabrería barata. Su arrogancia con todos. Sus comparecencias ante la prensa eran puras bufonadas de un niño grande malcrecido. Seguramente no será consciente y por ello no se tragará todos los disparates que soltó durante este mundial.La realidad es dura y pone a cada uno en su sitio. También a los que se creen divinos y parte de un olimpo creado por ellos mismos y sin mayor justificación.
Ayer, una amiga argentina, tras el partido, me enviaba un sms que decía:¡ALELUYA!. Después de cuatro décadas, termina el mito Maradona!.
A ver si es verdad y deja en paz a la selección argentina, que merece mejor director de orquesta.
Pues eso, Pelusa. Calláte y a casa.
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