BEIRUT, 48 HORAS
LO QUE SIGUE NO ES MIO. ES DE MIGUEL. UN AMIGO QUE TUVO LA OPORTUNIDAD-SUERTE DE PASAR UN PAR DE DÍAS EN BEIRUT. Y CON LA QUE ESTÁ CAYENDO. PERO ALLÁ SE FUE Y ESTO ES LO QUE VIVIÓ Y COMPARTIÓ.
APUNTES DE UN IMPOSIBLE VIAJE A BEIRUT
En este momento no tengo la intención de recoger todos y cada uno de los momentos vividos en este extraño viaje. Podría hacer mención de muchos comportamientos, momentos y situaciones pero no pretendo elaborar un tapiz lleno de detalles. No podría guardarlo todo, excepto que convirtiese estos breves apuntes en una narración más prolija, y, como digo, no es eso lo que pretendo.
El viaje comienza realmente a las nueve de la mañana, hora en la cual Patxi me llama al teléfono portátil para, sin decir buenos días, reprocharme que haya enviado a "todos" el correo electrónico que me remitió la embajada de España en Beirut, comentando la situación del país. Está nervioso e imagino que preocupado, lo cual es comprensible dadas las noticias que llegan del país. Me responsabiliza de que Celia y Elisabeth le pongan nuevas pegas al viaje. Le respondo que el mensaje de la embajada es tranquilizador al respecto, que yo así lo entiendo, que no soy responsable de cómo otros interpreten esta información, y que siento mucho que así lo hayan entendido. También le dejo claro que el mensaje sólo se lo he enviado a Celia, a Elisabeth, a él mismo y a María Carral, y no a "todos" como él me ha dicho, lo que demuestra que mi intención al remitir el mensaje es tranquilizadora y no lo contrario. Asunto zanjado, pero empezamos mal la historia.
Ya metido en harina, lo primero que pienso del viaje es que lo más destacable, en lo relativo a la convivencia, es la absoluta ausencia de problemas o conflictos entre los veinte componentes de la expedición. Me ha parecido magnífico. Ni un solo momento de tensión, al menos en lo que yo he vivido.
Individualizando, y a modo de pinceladas, he descubierto a un Raúl Marques mucho más interesante de lo que pensaba, y ya antes me caía bien. Celia ha estado bajo la influencia de un bajón físico –somatización pura y dura-, a pesar de lo cual ha mantenido el tipo. Elisabeth bien, como siempre, aunque tuvo su momento radiante tras la noche de la fiesta, en la que ingirió cinco copas: ¡al día siguiente diría extrañada que no tenía resaca!. A Patxi lo noté entre ausente, agotado y preocupado. Más bajo que de costumbre. Aún no sé de dónde extrae restos de energía María Carral, pues su evidente y persistente cansancio no ha sido óbice para que haya estado al tanto de todo y aún le haya quedado hueco para echarse unos movimientos de baile en la gala.
Por su parte, Eduardo tiene una actitud tan gamberra y contagiosamente positiva que es un placer viajar con él. También me pareció muy interesante Mathew, con quien tuve una conversación en uno de los trayectos de avión. Respecto de Miguel, el saxofonista, tengo una extraña sensación, que no logro definir con exactitud, pero hay algo en él que me hace mantener las distancias. Fue un placer volver a encontrarme con Miguel Isaac, así como con Damián. Héctor lo hace también fácil. De los demás, poco que decir.
LA VIDA CONTINÚA
Narrar la primera y segunda jornadas del viaje es una soberana pérdida de tiempo. También lo es buena parte de lo que son y serán estos cuatro días invertidos en un surrealista recorrido con el objetivo de cantar durante dos horas ante no más de doscientas personas, pertenecientes a la élite libanesa cristiana maronita. "The show must go on". La vida siempre continúa, y la boda que nos ha convocado es una palmaria muestra de ello. Se casan dos personas a quienes el clima guerrero en que está inmerso su país no les impide embriagarse de ilusión por un futuro en común e, imagino, de amor.
Sin embargo, un día después del regreso a casa, se me acumularán en los sentidos el reciente recuerdo de imágenes, olores y texturas, que me hablan de otras vidas, de otras tradiciones, otras culturas. Me encanta la mezcla de etnias, con sus ropas y sus diferentes colores de piel que hay en los aeropuertos internacionales. La hay en el de Istambul, por supuesto.
Los aspectos más mentalmente agotadores del viaje hacen su irrupción en el aeropuerto de Beirut. El primer control de pasaportes nos deja solos en la sala de recepción del mismo. Veinte occidentales a la espera de que una señora, literalmente pegada a un cigarro encendido y humeante, y otro señor, un poco más amable aunque igual de estricto, den su visto bueno a los documentos.
"De dónde vienen". "De Madrid, España". "¡Ah!, y ¿estos pasaportes de ciudadanos estadounidenses, éste, de un portugués y este otro de un austriaco?". "Somos músicos y todos residimos en España". "Bien". Sigue la lectura de los documentos. Hora y media después, pasamos otro control de pasaportes que se encuentra distante del anterior exactamente cinco metros. Nueva inspección documental y visual. Sí, somos nosotros, como acaba de verificar la señora pegada al cigarro, aunque parezca que éstos no se lo crean.
VIGILANCIA PERMANENTE. ESTAMOS EN ZONA CALIENTE
A continuación, en la entrada del Aeropuerto, el enlace –francés- de la gala pregunta si queremos ir al hotel o podemos esperar a que llegue otro grupo, un coro, de San Petersburgo. María Carral casi lo fulmina con la mirada y, conteniendo a duras penas el tono de su voz, le despeja cualquier duda acerca de nuestras preferencias, todo ello acompañado de una de sus explícitas sonrisas, que significa que está a punto de convertirlo en átomos. Salimos del aeropuerto en un microbús.
Lo primero que me llama la atención es el despliegue militar entre el aeropuerto de Beirut y el hotel. No menos de cinco controles, con hombres armados, chalecos antibalas, y alguna que otra tanqueta equipada con cañones apropiados para la lucha urbana. Nos miran con detenimiento, como también lo hacen los agentes de los muchos puestos de policía desplegados a lo largo de la ruta, aunque sus gestos no trasluzcan nerviosismo en ningún momento. Ciertamente tranquilizador.
En uno de los controles, Leiva se empeña en grabar imágenes en el vídeo, aunque desiste tras los comentarios de algún compañero, en el sentido de que a los soldados podría no gustarles demasiado su inocente idea. Ese recorrido y el de vuelta serán los únicos recuerdos que la mayoría tendremos de Beirut. El hotel se encuentra a más de veinte kilómetros de la ciudad.
El viernes transcurre entre el aburrimiento y una cierta inquietud por no disponer de nuestra documentación. Aunque por la tarde nos den unas fotocopias de los pasaportes, no dispondremos finalmente de ellos hasta el mismo momento de coger el avión de vuelta. Definitivamente, todo parece indicar que las autoridades libanesas no tienen ninguna intención de permitir que deambulemos por la ciudad, ni que a alguno de nosotros se le ocurra la absurda e incomprensible idea de quedarse una temporada en el país de los cedros.
BODA EN UNA COLINA A CIEN KILÓMETROS DE LOS COMBATES
Sábado 26 de mayo de 2007
El tráfico beirutí es sencillamente caótico; lo es hasta extremos difícilmente explicables –por lo que cuenta María-. Se la juegan absolutamente todos en casi cualquier maniobra –
eso lo vemos en los cuatro recorridos que haremos en el microbús-. No hay pasos de peatones, las aceras son inexistentes, el modo de conducir desborda la inconsciencia, y el sentido del riesgo bebe de la realidad política de la región.
De modo que después de un corto, aunque ajetreado recorrido en el microbús entre el hotel y el lugar donde tendrá lugar la celebración de la boda, nos detenemos en la ladera de una colina, una de tantas que dibujan el paisaje de esta zona cercana a Beirut. Hay muchos vehículos aparcados en lo que se supone debería ser el arcén. En realidad no hay arcenes en todo el tramo, ni tampoco en la zona donde se encuentra el hotel.
Un numeroso grupo de hombres jóvenes, vestidos con pantalones vaqueros y camisetas, nos mira atentamente intentando adivinar, tal vez, quiénes somos esa veintena de occidentales, y a qué venimos. Imagino que al extraer de los maleteros las cajas con los instrumentos musicales, se disipan sus potenciales dudas.
Entramos por la parte de las cocinas. El recinto está presidido por una gran carpa de color blanco, sostenida por pilares laterales, que protege del sol o la lluvia las mesas redondas a las cuales se sentarán los invitados. En uno de los laterales se encuentra el escenario. Es grande y cómodo. Ojalá fueran así la mayoría de los que hemos padecido en otras galas. Mientras los demás recogen los instrumentos y los preparan para la prueba de sonido, me doy una vuelta por el exterior de la carpa.
Se trata de un jardín realmente muy bonito, de tamaño mediano y forma aproximadamente rectangular. El suelo está poblado de césped, y en él crecen algunos pinos y flores de distintos tipos. En efecto, nos encontramos en el lateral de una colina, desde donde se pueden observar otras de similar altura, todas pobladas por construcciones bajas, de dos o tres plantas a lo sumo. Sin embargo, estas colinas no están tan habitadas como las que circundan el área de nuestro hotel.
Al contrario que ayer, que tuvimos un día un tanto desapacible, dominado por una niebla que sólo empezó a despejar bien entrado el mediodía, y que retomó su protagonismo al atardecer, hoy disfrutamos de una jornada soleada. La temperatura es ideal, ya que permite moverse en manga corta. La humedad es llevadera, aunque siempre presente.
Miro detenidamente a mi alrededor. Las mesas engalanadas, las flores del jardín, la festiva carpa, así como los preparativos de la celebración no consiguen evitar que un pensamiento atraviese mi mente, para al final asentarse en ella, ocupando un lugar que, inevitablemente, perturbe cualquier otra percepción de todo cuanto suceda a partir de ese momento. Sé que a menos de cien kilómetros se están librando combates entre el ejército libanés y una mezcla de guerrillas islamistas o laicas, bien sean de Fatah El Islam, o de Al Fatah, respectivamente.
LA MÚSICA NO AMANSA LAS FIERAS
A menos de cien kilómetros están muriendo personas, entre ellas niños que no entienden todavía por qué su destino es vivir entre la violencia periódica y el odio permanente. Entonces, me sorprende una vez más la sobrecogedora capacidad del ser humano para aislarse de la realidad, de una realidad dura, cruel, aparentemente inexplicable; de su capacidad para crear otra realidad que permita hacer corpóreos sus anhelos y deseos.
Elisabeth prueba sonido cantando "Love". Todo me suena entre irónico y sarcástico. Nos hemos quejado del cansancio de este imposible viaje, pero, al llegar a Beirut y ver y sentir lo que nos rodea, mi malestar se escapa a otra dimensión, en la cual se diluye en su absoluta nada.
Ahora suena "Memories" y miro de nuevo las colinas. A menos de cien kilómetros está muriendo gente, simplemente porque otra gente decide que así sea. "El tiempo de los emperadores extraños" -me viene bien tomar prestado el título de la magnífica novela que acabo de leer- prosigue su siniestra y aterradora andadura. El mundo está en manos de adultos que nunca han dejado de ser niños malcriados, caprichosos y despóticos. Ellos marcan el compás según el pulso de sus deseos de varones inmaduros. Los humanos nos repetimos hasta el hastío. Siempre es lo mismo: amor, poder, miedo, inmadurez, ignorancia, soledad. Casi todo gira alrededor de estos asuntos.
Después, cantaremos. Y mañana regresaremos a nuestros atascos y a nuestros insuperables problemas cotidianos, que superamos casi por completo antes de que venza la jornada. Mientras, a cien kilómetros de nuestra música, siguen muriendo personas víctimas de una calculada y desatada violencia. Víctimas de los caprichos, de la borrachera de poder y de los deseos de los actuales emperadores extraños, tan similares en el fondo a los de épocas pretéritas.
Madrugada del domingo, 27 de mayo de 2007
Nos vamos al fin. La sensación de absurdo que domina todo lo relativo a este viaje se acrecienta aún más al llegar al aeropuerto de esa pesadilla surrealista llamada Beirut. Un policía nos hace un primer registro en la puerta de acceso al edificio. Después, y ya dentro del recinto, un nuevo control que da vía libre a la sala de facturación. Por momentos el ansia y el cansancio acumulados me vencen y digo en voz alta lo que nunca pensé que diría: "ojalá los judíos los fumiguen a todos de una vez", olvidando por un momento que es precisamente la naturaleza misma del Estado de Israel –el primer estado confesional moderno, no hay que olvidar este insignificante detalle- el origen de todos estos despropósitos. Obviando también que los controles en Jerusalén o en Tel Aviv son, si cabe, más exhaustivos y desesperantes.
EL SURREALISMO VA EN AUMENTO
Hasta llegar a ese punto hemos invertido una hora. "Ese punto" acaba definitivamente con los agotados restos de nuestra paciencia, aunque no lo exteriorizamos. Sin embargo, aún tenemos reservas, que serán inmediatamente puestas a prueba. Una mentecata inútil, lenta y seca como un lugar del desierto similar al que debe de ser su cerebro, se encarga, en facturación de Turkish Airlines, de hacer lo propio con nuestros equipajes. Para tan hercúlea tarea invierte no menos de hora y media. Previamente, María se ha visto obligada a recorrer varias veces todo el recinto de facturación, ya que los policías no se ponen de acuerdo acerca de dónde se encuentran nuestros pasaportes.
Desalentada y con el cerebro desgastado tras varios intentos de introducir racionalidad entre tanta lasitud mental que nos rodea, María se apoya en el mostrador de facturación tras el cual permanece sentada la mentecata del cerebro desértico, y pone cara de implorar internamente a no se sabe quién para que alguien nos indique, al final, dónde coño están nuestros documentos. Algo en su gesto me dice que, en ese momento, se suceden por su cabeza más de veinte formas de hacer desaparecer de este mundo a la fulana en cuestión.
En tanto, Morant parece poseído, casi abducido, por una hiperactividad que se agradece, ya que ese derroche de humor, digno de sus mejores momentos, nos permite ahuyentar de nuestra cabeza todos estos agotadores trámites. La máquina de ruidos guturales en que se ha convertido desde antes de salir del hotel sigue desgranando inagotables opciones.
El repertorio comenzó en el microbús, con los ruidos del lanzamiento de cohetes y de los fuegos artificiales, aunque su momento glorioso fue el sonido de los muecines llamando al rezo, todo ello adornado con un sincopado ritmo de drum-bass y engalanado con la
floratura característica de los rezos árabes. Fue en ese momento cuando el propio conductor no pudo reprimir la risa, supongo que al entender perfectamente lo que allí se representaba. Imagino ahora que debía de ser cristiano maronita. O tal vez agnóstico. Lo digo por su sentido del humor con estas cosas.
De pronto –este "de pronto" viene después de la hora y media larga de espera y trámites- aparece otro policía con nuestros pasaportes. ¿Qué viene ahora?. En efecto, otro control, y otro más antes de acceder a la sala de embarque. Aquí revisan las cajas con los instrumentos musicales. No sé qué coño podríamos llevarnos, excepto kilos de pistachos.
A todo esto, la cara de los incontables policías con que nos hemos cruzado no indica otra cosa que rutina. La rutina de quien se ha habituado a que lo extraño, lo extraordinario, lo antinatural –esto es, el control absoluto, paranoico, milimétrico-, se convierta en lo habitual. Tal y como están las cosas en la zona, no me extraña en absoluto, pero no puedo dejar de preguntarme por qué ponen tantas pegas para irnos de este país, ¡como si cupiese en la cabeza de alguien la idea de quedarse en él! En ese mismo momento oigo a María hacer idéntica reflexión en voz alta y con gesto de un ya monumental cabreo.
Todo en este viaje ha sido extraño y mi cuerpo así lo ha detectado. Me ha costado conciliar y mantener el sueño, y los telúricos ronquidos de Héctor no son la única explicación. Creo que todo mi ser me ha dicho constantemente que viviese el momento pero que ése no era mi sitio.
Más tarde, en el avión de la Turkis Airlines, camino de Madrid, lo sentiría todo como uno de esos tantos absurdos que hay que hacer en la vida. No lo digo porque la experiencia haya sido negativa. Al contrario, le veo aspectos interesantes y enriquecedores, aunque en su propia naturaleza sean terribles. Uno de ellos se concreta en la sensación que tuve en día de la celebración y que otros compañeros, Raúl Marques entre ellos, compartieron: a menos de cien kilómetros de donde estábamos cantando, se interpretaban otras partituras.
Los bombardeos del ejército libanés, las incursiones aéreas del ejército de Israel, y las escaramuzas de las distintas organizaciones armadas palestinas –qué pena de pueblo, qué tristeza de vida, cuánta amargura la suya, cuánto abuso han sufrido, qué desesperanza de futuro-, componían, en una siniestra jam-session, una partitura en la cual las corcheas eran los disparos de ametralladora; las notas negras, los obuses de artillería; las blancas, el odio, y las redondas, el terror de la población civil, su resignada desesperación.
Madrid, 28 de mayo de 2007
APUNTES DE UN IMPOSIBLE VIAJE A BEIRUT
En este momento no tengo la intención de recoger todos y cada uno de los momentos vividos en este extraño viaje. Podría hacer mención de muchos comportamientos, momentos y situaciones pero no pretendo elaborar un tapiz lleno de detalles. No podría guardarlo todo, excepto que convirtiese estos breves apuntes en una narración más prolija, y, como digo, no es eso lo que pretendo.
El viaje comienza realmente a las nueve de la mañana, hora en la cual Patxi me llama al teléfono portátil para, sin decir buenos días, reprocharme que haya enviado a "todos" el correo electrónico que me remitió la embajada de España en Beirut, comentando la situación del país. Está nervioso e imagino que preocupado, lo cual es comprensible dadas las noticias que llegan del país. Me responsabiliza de que Celia y Elisabeth le pongan nuevas pegas al viaje. Le respondo que el mensaje de la embajada es tranquilizador al respecto, que yo así lo entiendo, que no soy responsable de cómo otros interpreten esta información, y que siento mucho que así lo hayan entendido. También le dejo claro que el mensaje sólo se lo he enviado a Celia, a Elisabeth, a él mismo y a María Carral, y no a "todos" como él me ha dicho, lo que demuestra que mi intención al remitir el mensaje es tranquilizadora y no lo contrario. Asunto zanjado, pero empezamos mal la historia.
Ya metido en harina, lo primero que pienso del viaje es que lo más destacable, en lo relativo a la convivencia, es la absoluta ausencia de problemas o conflictos entre los veinte componentes de la expedición. Me ha parecido magnífico. Ni un solo momento de tensión, al menos en lo que yo he vivido.
Individualizando, y a modo de pinceladas, he descubierto a un Raúl Marques mucho más interesante de lo que pensaba, y ya antes me caía bien. Celia ha estado bajo la influencia de un bajón físico –somatización pura y dura-, a pesar de lo cual ha mantenido el tipo. Elisabeth bien, como siempre, aunque tuvo su momento radiante tras la noche de la fiesta, en la que ingirió cinco copas: ¡al día siguiente diría extrañada que no tenía resaca!. A Patxi lo noté entre ausente, agotado y preocupado. Más bajo que de costumbre. Aún no sé de dónde extrae restos de energía María Carral, pues su evidente y persistente cansancio no ha sido óbice para que haya estado al tanto de todo y aún le haya quedado hueco para echarse unos movimientos de baile en la gala.
Por su parte, Eduardo tiene una actitud tan gamberra y contagiosamente positiva que es un placer viajar con él. También me pareció muy interesante Mathew, con quien tuve una conversación en uno de los trayectos de avión. Respecto de Miguel, el saxofonista, tengo una extraña sensación, que no logro definir con exactitud, pero hay algo en él que me hace mantener las distancias. Fue un placer volver a encontrarme con Miguel Isaac, así como con Damián. Héctor lo hace también fácil. De los demás, poco que decir.
LA VIDA CONTINÚA
Narrar la primera y segunda jornadas del viaje es una soberana pérdida de tiempo. También lo es buena parte de lo que son y serán estos cuatro días invertidos en un surrealista recorrido con el objetivo de cantar durante dos horas ante no más de doscientas personas, pertenecientes a la élite libanesa cristiana maronita. "The show must go on". La vida siempre continúa, y la boda que nos ha convocado es una palmaria muestra de ello. Se casan dos personas a quienes el clima guerrero en que está inmerso su país no les impide embriagarse de ilusión por un futuro en común e, imagino, de amor.
Sin embargo, un día después del regreso a casa, se me acumularán en los sentidos el reciente recuerdo de imágenes, olores y texturas, que me hablan de otras vidas, de otras tradiciones, otras culturas. Me encanta la mezcla de etnias, con sus ropas y sus diferentes colores de piel que hay en los aeropuertos internacionales. La hay en el de Istambul, por supuesto.
Los aspectos más mentalmente agotadores del viaje hacen su irrupción en el aeropuerto de Beirut. El primer control de pasaportes nos deja solos en la sala de recepción del mismo. Veinte occidentales a la espera de que una señora, literalmente pegada a un cigarro encendido y humeante, y otro señor, un poco más amable aunque igual de estricto, den su visto bueno a los documentos.
"De dónde vienen". "De Madrid, España". "¡Ah!, y ¿estos pasaportes de ciudadanos estadounidenses, éste, de un portugués y este otro de un austriaco?". "Somos músicos y todos residimos en España". "Bien". Sigue la lectura de los documentos. Hora y media después, pasamos otro control de pasaportes que se encuentra distante del anterior exactamente cinco metros. Nueva inspección documental y visual. Sí, somos nosotros, como acaba de verificar la señora pegada al cigarro, aunque parezca que éstos no se lo crean.
VIGILANCIA PERMANENTE. ESTAMOS EN ZONA CALIENTE
A continuación, en la entrada del Aeropuerto, el enlace –francés- de la gala pregunta si queremos ir al hotel o podemos esperar a que llegue otro grupo, un coro, de San Petersburgo. María Carral casi lo fulmina con la mirada y, conteniendo a duras penas el tono de su voz, le despeja cualquier duda acerca de nuestras preferencias, todo ello acompañado de una de sus explícitas sonrisas, que significa que está a punto de convertirlo en átomos. Salimos del aeropuerto en un microbús.
Lo primero que me llama la atención es el despliegue militar entre el aeropuerto de Beirut y el hotel. No menos de cinco controles, con hombres armados, chalecos antibalas, y alguna que otra tanqueta equipada con cañones apropiados para la lucha urbana. Nos miran con detenimiento, como también lo hacen los agentes de los muchos puestos de policía desplegados a lo largo de la ruta, aunque sus gestos no trasluzcan nerviosismo en ningún momento. Ciertamente tranquilizador.
En uno de los controles, Leiva se empeña en grabar imágenes en el vídeo, aunque desiste tras los comentarios de algún compañero, en el sentido de que a los soldados podría no gustarles demasiado su inocente idea. Ese recorrido y el de vuelta serán los únicos recuerdos que la mayoría tendremos de Beirut. El hotel se encuentra a más de veinte kilómetros de la ciudad.
El viernes transcurre entre el aburrimiento y una cierta inquietud por no disponer de nuestra documentación. Aunque por la tarde nos den unas fotocopias de los pasaportes, no dispondremos finalmente de ellos hasta el mismo momento de coger el avión de vuelta. Definitivamente, todo parece indicar que las autoridades libanesas no tienen ninguna intención de permitir que deambulemos por la ciudad, ni que a alguno de nosotros se le ocurra la absurda e incomprensible idea de quedarse una temporada en el país de los cedros.
BODA EN UNA COLINA A CIEN KILÓMETROS DE LOS COMBATES
Sábado 26 de mayo de 2007
El tráfico beirutí es sencillamente caótico; lo es hasta extremos difícilmente explicables –por lo que cuenta María-. Se la juegan absolutamente todos en casi cualquier maniobra –
eso lo vemos en los cuatro recorridos que haremos en el microbús-. No hay pasos de peatones, las aceras son inexistentes, el modo de conducir desborda la inconsciencia, y el sentido del riesgo bebe de la realidad política de la región.
De modo que después de un corto, aunque ajetreado recorrido en el microbús entre el hotel y el lugar donde tendrá lugar la celebración de la boda, nos detenemos en la ladera de una colina, una de tantas que dibujan el paisaje de esta zona cercana a Beirut. Hay muchos vehículos aparcados en lo que se supone debería ser el arcén. En realidad no hay arcenes en todo el tramo, ni tampoco en la zona donde se encuentra el hotel.
Un numeroso grupo de hombres jóvenes, vestidos con pantalones vaqueros y camisetas, nos mira atentamente intentando adivinar, tal vez, quiénes somos esa veintena de occidentales, y a qué venimos. Imagino que al extraer de los maleteros las cajas con los instrumentos musicales, se disipan sus potenciales dudas.
Entramos por la parte de las cocinas. El recinto está presidido por una gran carpa de color blanco, sostenida por pilares laterales, que protege del sol o la lluvia las mesas redondas a las cuales se sentarán los invitados. En uno de los laterales se encuentra el escenario. Es grande y cómodo. Ojalá fueran así la mayoría de los que hemos padecido en otras galas. Mientras los demás recogen los instrumentos y los preparan para la prueba de sonido, me doy una vuelta por el exterior de la carpa.
Se trata de un jardín realmente muy bonito, de tamaño mediano y forma aproximadamente rectangular. El suelo está poblado de césped, y en él crecen algunos pinos y flores de distintos tipos. En efecto, nos encontramos en el lateral de una colina, desde donde se pueden observar otras de similar altura, todas pobladas por construcciones bajas, de dos o tres plantas a lo sumo. Sin embargo, estas colinas no están tan habitadas como las que circundan el área de nuestro hotel.
Al contrario que ayer, que tuvimos un día un tanto desapacible, dominado por una niebla que sólo empezó a despejar bien entrado el mediodía, y que retomó su protagonismo al atardecer, hoy disfrutamos de una jornada soleada. La temperatura es ideal, ya que permite moverse en manga corta. La humedad es llevadera, aunque siempre presente.
Miro detenidamente a mi alrededor. Las mesas engalanadas, las flores del jardín, la festiva carpa, así como los preparativos de la celebración no consiguen evitar que un pensamiento atraviese mi mente, para al final asentarse en ella, ocupando un lugar que, inevitablemente, perturbe cualquier otra percepción de todo cuanto suceda a partir de ese momento. Sé que a menos de cien kilómetros se están librando combates entre el ejército libanés y una mezcla de guerrillas islamistas o laicas, bien sean de Fatah El Islam, o de Al Fatah, respectivamente.
LA MÚSICA NO AMANSA LAS FIERAS
A menos de cien kilómetros están muriendo personas, entre ellas niños que no entienden todavía por qué su destino es vivir entre la violencia periódica y el odio permanente. Entonces, me sorprende una vez más la sobrecogedora capacidad del ser humano para aislarse de la realidad, de una realidad dura, cruel, aparentemente inexplicable; de su capacidad para crear otra realidad que permita hacer corpóreos sus anhelos y deseos.
Elisabeth prueba sonido cantando "Love". Todo me suena entre irónico y sarcástico. Nos hemos quejado del cansancio de este imposible viaje, pero, al llegar a Beirut y ver y sentir lo que nos rodea, mi malestar se escapa a otra dimensión, en la cual se diluye en su absoluta nada.
Ahora suena "Memories" y miro de nuevo las colinas. A menos de cien kilómetros está muriendo gente, simplemente porque otra gente decide que así sea. "El tiempo de los emperadores extraños" -me viene bien tomar prestado el título de la magnífica novela que acabo de leer- prosigue su siniestra y aterradora andadura. El mundo está en manos de adultos que nunca han dejado de ser niños malcriados, caprichosos y despóticos. Ellos marcan el compás según el pulso de sus deseos de varones inmaduros. Los humanos nos repetimos hasta el hastío. Siempre es lo mismo: amor, poder, miedo, inmadurez, ignorancia, soledad. Casi todo gira alrededor de estos asuntos.
Después, cantaremos. Y mañana regresaremos a nuestros atascos y a nuestros insuperables problemas cotidianos, que superamos casi por completo antes de que venza la jornada. Mientras, a cien kilómetros de nuestra música, siguen muriendo personas víctimas de una calculada y desatada violencia. Víctimas de los caprichos, de la borrachera de poder y de los deseos de los actuales emperadores extraños, tan similares en el fondo a los de épocas pretéritas.
Madrugada del domingo, 27 de mayo de 2007
Nos vamos al fin. La sensación de absurdo que domina todo lo relativo a este viaje se acrecienta aún más al llegar al aeropuerto de esa pesadilla surrealista llamada Beirut. Un policía nos hace un primer registro en la puerta de acceso al edificio. Después, y ya dentro del recinto, un nuevo control que da vía libre a la sala de facturación. Por momentos el ansia y el cansancio acumulados me vencen y digo en voz alta lo que nunca pensé que diría: "ojalá los judíos los fumiguen a todos de una vez", olvidando por un momento que es precisamente la naturaleza misma del Estado de Israel –el primer estado confesional moderno, no hay que olvidar este insignificante detalle- el origen de todos estos despropósitos. Obviando también que los controles en Jerusalén o en Tel Aviv son, si cabe, más exhaustivos y desesperantes.
EL SURREALISMO VA EN AUMENTO
Hasta llegar a ese punto hemos invertido una hora. "Ese punto" acaba definitivamente con los agotados restos de nuestra paciencia, aunque no lo exteriorizamos. Sin embargo, aún tenemos reservas, que serán inmediatamente puestas a prueba. Una mentecata inútil, lenta y seca como un lugar del desierto similar al que debe de ser su cerebro, se encarga, en facturación de Turkish Airlines, de hacer lo propio con nuestros equipajes. Para tan hercúlea tarea invierte no menos de hora y media. Previamente, María se ha visto obligada a recorrer varias veces todo el recinto de facturación, ya que los policías no se ponen de acuerdo acerca de dónde se encuentran nuestros pasaportes.
Desalentada y con el cerebro desgastado tras varios intentos de introducir racionalidad entre tanta lasitud mental que nos rodea, María se apoya en el mostrador de facturación tras el cual permanece sentada la mentecata del cerebro desértico, y pone cara de implorar internamente a no se sabe quién para que alguien nos indique, al final, dónde coño están nuestros documentos. Algo en su gesto me dice que, en ese momento, se suceden por su cabeza más de veinte formas de hacer desaparecer de este mundo a la fulana en cuestión.
En tanto, Morant parece poseído, casi abducido, por una hiperactividad que se agradece, ya que ese derroche de humor, digno de sus mejores momentos, nos permite ahuyentar de nuestra cabeza todos estos agotadores trámites. La máquina de ruidos guturales en que se ha convertido desde antes de salir del hotel sigue desgranando inagotables opciones.
El repertorio comenzó en el microbús, con los ruidos del lanzamiento de cohetes y de los fuegos artificiales, aunque su momento glorioso fue el sonido de los muecines llamando al rezo, todo ello adornado con un sincopado ritmo de drum-bass y engalanado con la
floratura característica de los rezos árabes. Fue en ese momento cuando el propio conductor no pudo reprimir la risa, supongo que al entender perfectamente lo que allí se representaba. Imagino ahora que debía de ser cristiano maronita. O tal vez agnóstico. Lo digo por su sentido del humor con estas cosas.
De pronto –este "de pronto" viene después de la hora y media larga de espera y trámites- aparece otro policía con nuestros pasaportes. ¿Qué viene ahora?. En efecto, otro control, y otro más antes de acceder a la sala de embarque. Aquí revisan las cajas con los instrumentos musicales. No sé qué coño podríamos llevarnos, excepto kilos de pistachos.
A todo esto, la cara de los incontables policías con que nos hemos cruzado no indica otra cosa que rutina. La rutina de quien se ha habituado a que lo extraño, lo extraordinario, lo antinatural –esto es, el control absoluto, paranoico, milimétrico-, se convierta en lo habitual. Tal y como están las cosas en la zona, no me extraña en absoluto, pero no puedo dejar de preguntarme por qué ponen tantas pegas para irnos de este país, ¡como si cupiese en la cabeza de alguien la idea de quedarse en él! En ese mismo momento oigo a María hacer idéntica reflexión en voz alta y con gesto de un ya monumental cabreo.
Todo en este viaje ha sido extraño y mi cuerpo así lo ha detectado. Me ha costado conciliar y mantener el sueño, y los telúricos ronquidos de Héctor no son la única explicación. Creo que todo mi ser me ha dicho constantemente que viviese el momento pero que ése no era mi sitio.
Más tarde, en el avión de la Turkis Airlines, camino de Madrid, lo sentiría todo como uno de esos tantos absurdos que hay que hacer en la vida. No lo digo porque la experiencia haya sido negativa. Al contrario, le veo aspectos interesantes y enriquecedores, aunque en su propia naturaleza sean terribles. Uno de ellos se concreta en la sensación que tuve en día de la celebración y que otros compañeros, Raúl Marques entre ellos, compartieron: a menos de cien kilómetros de donde estábamos cantando, se interpretaban otras partituras.
Los bombardeos del ejército libanés, las incursiones aéreas del ejército de Israel, y las escaramuzas de las distintas organizaciones armadas palestinas –qué pena de pueblo, qué tristeza de vida, cuánta amargura la suya, cuánto abuso han sufrido, qué desesperanza de futuro-, componían, en una siniestra jam-session, una partitura en la cual las corcheas eran los disparos de ametralladora; las notas negras, los obuses de artillería; las blancas, el odio, y las redondas, el terror de la población civil, su resignada desesperación.
Madrid, 28 de mayo de 2007
Etiquetas: BEIRUT
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home