Eta, mata

Eta mata. Lo sabíamos, lo sabemos. Lo hace de cuando en cuando. Supongo que para justificar su existencia, porque es imposible creer a estas alturas que un asesinato como el de anoche tiene algún sentido o alguna justificación ideológica. Emplearon muchos kilos de explosivos para intentar una masacre que al final no consiguieron. Su objetivo una casa-cuartel en Legutiano, cerca de Vitoria. Dieron, eso sí, un susto de muerte a guardias, familiares y vecinos. Y se cobraron una pieza: la de Juan Manuel Piñuel, un guardia civíl de guardia en ese momento, que apenas llevaba dos meses en el País Vasco. Había pedido ese destino para acumular puntos y lograr así asentarse en Málaga, donde residen su mujer e hijo. Tenía más de cuarenta, el hombre, y quería un sentar ya un poco la cabeza.
A los asesinos seguramente eso no les dirá nada. Están curados de espantos y curtidos en la muerte. Seguramente no pensarán ni un segundo en su víctima, ni en su viuda, ni en su huérfano. Probablemente estarán un poco rabiosos por no haber logrado la matanza que pretendían, e irritados con el lehendakari, que les ha dicho aquello de ¡cuánto daño hacéis¡, y luego ha barrido para casa. No son estas las horas de los políticos, ni de sus declaraciones, sino de luto por un hombre que sólo aspiraba a volver a Málaga, con los suyos. La serpiente de Eta le ha cortado el camino.

Salud