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jueves, julio 17, 2014

CATALUÑA, TENEMOS QUE HABLAR

Estamos a punto de entrar en el ojo del huracán desencadenado por los independentistas catalanes. A la espera de la reunión entre el presidente Rajoy y el president Mas, de la que no se espera nada, se suceden los manifiestos apoyando un modelo y otro, los nacionalistas españoles empiezan a movilizarse y los separatistas preparan un Once de Septiembre caliente antes de quemar las naves con la dichosa consulta. Me parece que, a estas alturas, se llega tarde a cualquier solución que suponga un pacto estable y duradero. Como mucho, y habría que hacer muchas piruetas, se puede acordar un parche que solo aplace la continuidad del conflicto. Porque este es un conflicto. Y muy serio. Una rebelión en toda regla de los garantes de la legalidad constitucional en Cataluña. ¡Y no les pasa nada!.
Durante muchos años he mirado a Cataluña con simpatía. Con admiración incluso en los setenta, cuando Barcelona era la urbe más moderna de España, su auténtico centro cultural, la puerta abierta por la que entraba la vanguardia y la democracia en España. Mantuve esa misma sensación durante muchos años. Me empezó a gustar su lengua, a medida que la conocía, y su empuje. Fui un profundo admirador de Miquel Roca, la esperanza frustrada para España que se ofrecía desde Cataluña. Pero ya no.
Todo aquello es historia. Desde el principio sostuve que en el nacionalismo catalán había algo oscuro, perturbador e incluso más peligroso que el radicalismo de algunos vascos. Alcanzada la Generalitat fueron ganando espacios poco a poco, mientras, soterradamente, y sobre todo a través de la escuela, fueron implantando una revisión histórica que progresivamente les presentaba como víctimas históricas de un estado  carroñero que les negaba el pan y la sal.
Nadie quiso o pareció darse cuenta de esa peligrosísima campaña. Y de aquellos polvos, estos lodos. Hoy el nacionalismo, ya sin máscara, y abiertamente separatista es mayoritario y, lo peor, ha logrado enturbiar la convivencia y volcar una rabia injustificada sobre el resto de los españoles a base de medias verdades y muchas mentiras que nadie ha rebatido con firmeza.
Han ganado la batalla. Hoy el clima es irrespirable. Ir a Barcelona empieza parecerse a un viaje a tierra hostíl. Nunca había tenido incidentes, pero ahora sí. Notas el desprecio a todo lo español. Una superioridad en algunos que es puro racismo. Y en ciertos puntos del interior catalán aún es peor. Y cuando te topas en el extranjero con alguno de ellos es fácil oír aquello de "no soy español, soy catalán".
Basta de paños calientes. Los separatistas han ganado la batalla, al menos en el plano interno y están consiguiendo no solo que la mayoría de los catalanes miren con distancia, por decirlo suavemente, al resto de los españoles y que estos miren, miremos, a los catalanes con igual actitud. Sostienen que Cataluña no es España y, sin darse cuenta han conseguido que en el resto de España se piense lo mismo.
No sé si han medido bien sus fuerzas y pretensiones. Lo que han conseguido es que en el resto de España no se les quiera, así que ya tienen el petate lleno de agravios para justificar su disparate.

Cataluña, tenemos que hablar. Pero no de tu encaje en España, eso no solucionaría nada. Se impone el divorcio. Cuanto antes. Y un divorcio cuesta, así que ir preparando las carteras. Sobreviviremos sin vosotros, faltaría más. ¿Y vosotros?. Pues que queréis que os diga: francamente, nos tenéis sin cuidado.
Adeu.

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