¡PESTE DE MÓVILES!
Como llevo varios días sin atender este blog se me escapan asuntos del máximo y no tan máximo interés que bien hubieran merecido un post. Es el caso de la mayor estafa del gurú del Nasdaq, los zapatazos al señor Bush (¡qué bueno!¿qué no?), las últimas paridas de doña Esperanza Aguirre o de su referente Fraga, o los explosivos encontrados hoy mismo en el Primptemps de Paris. Pero bueno, como la actualidad se me escapa he decidido cargar contra cosas más cotidianas: hoy le toca a los móviles, portables o como se les quiera llamar, en todo caso una peste a la que habría que combatir cuanto antes. No en todos los casos, claro, pero sí en algunos donde chirrían y mucho.
Hablo de los museos. Estos días he tenido la oportunidad de visitar dos exposiciones en el Museo del Prado, en Madrid, que bien merecen la pena, aunque muchos de los fondos recogidos en esas muestras pertenecen a los fondos del mismo Museo y muchas de ellas pertenecen a la colección permanente. La una es sobre Rembrandt, pintor de historias, que se puede disfrutar hasta el próximo seis de Enero, con unas cuarenta obras llegadas de todo el mundo, desde Moscú a Ottawa, Berlín, Londres o Amsterdam. La otra es una conjhunta con la galaría Albertinum de Dresde, centrada en la escultura clásica, sobre todo griega. Ambas, insisto, son interesantísimas, y hay auténticas multitudes para verlas, precio que hay que pagar por la bien traida divulgación y las modas ante este tipo de exposiciones. Si las multitudes, que se le va a hacer, ya son un problema a la hora de contemplar las obras, la cosa se pone más complicada si además hay que aguntar el continuo sonar de los tonos y politonos y conversaciones telefónicas, algunas bastante por encima del tono normal, acerca de una transferencia bancaria, la Pili que no quiso venir, mira Mary, porque decía que era un coñazo y que para eso se iba a la peluquería, pero está muy bien y ella se lo pierde, o para comunicar a sus seres más queridos que ya están allí en el Museo y que luego se iran a comer por allí cerca porque Fernando sabe de un sitio estupendo y con un menú muy apañao....
Total, que así no hay quien pueda disfrutar un mínimo de la exposición. A mí, que le vamos a hacer, soy un quisquilloso, esas cosas me sublevan. Y no es que crea que en lugares como ese hay que guardar un cierto saber estar, que también, sino que me irrita especialmente la falta de respeto del personal hacia los demás, demostrando en todas partes que ahí están ellos aunque les importe un pepino lo que están visitando. Me quejé, claro, en el mostrador de información, donde rellené sugerencia tipo. Me contestaron que en el folleto que se entrega se indica al personal que apague los móviles, pero que no hacen ni caso. Yo no sé que se puede hacer, pero a lo mejor convendría gastarse un tanto, de las caras entradas, en colocar inhibidores que imposibiliten el uso de los móviles en las salas. Nos harían un favor a muchos y por supuesto a los maníacos del móvil que todo lo infectan.
Salud
Hablo de los museos. Estos días he tenido la oportunidad de visitar dos exposiciones en el Museo del Prado, en Madrid, que bien merecen la pena, aunque muchos de los fondos recogidos en esas muestras pertenecen a los fondos del mismo Museo y muchas de ellas pertenecen a la colección permanente. La una es sobre Rembrandt, pintor de historias, que se puede disfrutar hasta el próximo seis de Enero, con unas cuarenta obras llegadas de todo el mundo, desde Moscú a Ottawa, Berlín, Londres o Amsterdam. La otra es una conjhunta con la galaría Albertinum de Dresde, centrada en la escultura clásica, sobre todo griega. Ambas, insisto, son interesantísimas, y hay auténticas multitudes para verlas, precio que hay que pagar por la bien traida divulgación y las modas ante este tipo de exposiciones. Si las multitudes, que se le va a hacer, ya son un problema a la hora de contemplar las obras, la cosa se pone más complicada si además hay que aguntar el continuo sonar de los tonos y politonos y conversaciones telefónicas, algunas bastante por encima del tono normal, acerca de una transferencia bancaria, la Pili que no quiso venir, mira Mary, porque decía que era un coñazo y que para eso se iba a la peluquería, pero está muy bien y ella se lo pierde, o para comunicar a sus seres más queridos que ya están allí en el Museo y que luego se iran a comer por allí cerca porque Fernando sabe de un sitio estupendo y con un menú muy apañao....
Total, que así no hay quien pueda disfrutar un mínimo de la exposición. A mí, que le vamos a hacer, soy un quisquilloso, esas cosas me sublevan. Y no es que crea que en lugares como ese hay que guardar un cierto saber estar, que también, sino que me irrita especialmente la falta de respeto del personal hacia los demás, demostrando en todas partes que ahí están ellos aunque les importe un pepino lo que están visitando. Me quejé, claro, en el mostrador de información, donde rellené sugerencia tipo. Me contestaron que en el folleto que se entrega se indica al personal que apague los móviles, pero que no hacen ni caso. Yo no sé que se puede hacer, pero a lo mejor convendría gastarse un tanto, de las caras entradas, en colocar inhibidores que imposibiliten el uso de los móviles en las salas. Nos harían un favor a muchos y por supuesto a los maníacos del móvil que todo lo infectan.
Salud
Etiquetas: Entre dioses y hombres, Museo del Prado, Rembrandt
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