DE COLUMNISTAS Y OTROS

Reconozco que no me gusta el diario El Mundo. Vaya eso por delante, para que nadie se llame a engaño. Y no es que no tenga cosas buenas, que las tiene, incluso aunque su punto de vista no coincida con el mio. Es además novedoso en muchas secciones. Pero....Hay algo que no soporto: que tenga como director, parece que de forma vitalicia, al exuperado Pedro J. Ramírez. No puedo con él. Se me atraganta. Baste como elemento explicativo que hoy pone en portada las supuestas irregularidades de una ex-diputada socialista valenciana en su chalet, cuando el personaje tiene una inconfesable historia de desacatos judiciales y burlas a la ley en la famosa piscina de su famoso chalet costero. Son esas pequeñas, pero muchas cosas, las que le hacen especialmente detestable. Por falso. Por hipócrita. Por creerse que está por encima del bien y del mal. Pero me cae además mal por dar cobijo en sus páginas a algunos columnistas que rezuman odio desde la primera a la última línea.
Veamos: los columnistas son algo así como blogueros, pero bien pagados. Y semejante pasta les obliga a parir casi a diario las columnas con las que deleitan a sus seguidores, que los tienen, y de paso echan fuera sus furias y fobias, que deberían mirarse. Hay dos casos especialmente llamativos: Martín Prieto, que presume de formar parte de aquel Sindicato del Crímen que tanto trabajo para echar abajo el andamiaje del Felipismo en los noventa, y el inefable locutor de la Cope y columnista de El Mundo, Jiménez Losantos. Esta mañana he leido, puro masoquismo, sus columnas y he comprobado que siguen en la línea de siempre: instalados en su púlpito o altar anatemizan contra todo lo que huela a sociata, lo que es muy sano democráticamente hablando, y reparten mamporros también en su entorno natural, porque no está como a ellos les gustaría. Elo problema no está tanto en el contenido, que también, sino en las formas. Son unos pájaros de cuidado: utilizan un lenguaje cuajado de insultos, ridiculizan, parodian, ningunean y machacan sin piedad alguna, amparándose en la libertad de expresión, como si esta fuera la cédula que les permite arremeter contra todo, protegiéndoles además de cualquier réplica o ataque. Se creen estos, y otros, miembros de una especie de corte de Médicis, aunque sin príncipe, porque Rajoy no les gusta y el otro, Aznar, anda perdido embistiendo contra molinos, cual héroe de caballerías que perdida la razon oscila entre el ridículo y lo patéticos.
No están a gusto, porque se creen por encima del bien y del mal, poseedores de la verdad frente a tanto ciudadano confundido cuando no estúpido, armados de razones para arremeter contra todo lo que no les gusta, soltanto bílis por todos sus poros y, lo que es peor, sin apartor ni alternativas ni ideas que puedan servir para avivar debates y encontrar fórmulas de entendimiento.
Son viejos perros resabiados. Escriben de forma casi brillante, si no se les viera el retorcido aprendizaje de otros tiempos. Son maestros del retorcimiento teórico, de la construcción de argumentos, con argamasa falsa, que les permite conducirnos como corderos al matadero hacia sus enfermizas conclusiones. Van de buena gente. De puros. De expertos cargados de razón. Pero lo cierto es que en sus circunloquios se adivinan técnicas que debieron aprender de becarios en el fenecido El Alcázar. Usan y abusan de recursos dialécticos propios de una técnica fascista que tan brillantemente utilizaba aquel diario para dar completamente la vuelta a una noticia u opinión para luego presentarla de acuerdo a sus fines.
Es cierto. De todo tiene que haber. Pero estos señores llevan mucho tiempo calentando sitio. Fustigando a todo el que no baile a su son. Y lanzando su mierda con total impunidad.
Así está El Mundo.

Salud