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lunes, octubre 04, 2010

MODELOS


Le voy a tomar prestado el título a Manuel Vicent. Lo era de su columna en el diario El País de ayer domingo, en la que vertía unas reflexiones que no se me han ido de la cabeza desde que la leí. Comparaba Vicent "las perchas de carne" que daban caderazos en la pasarela Cibeles, sí esa de moda y nuevas tendencias que tantas horas de televisión consume, con los jóvenes de diecisiete años que recogían su diploma de excelencia en un instituto de Madrid tras haber terminado el bachillerato internacional. Esos jóvenes, señala Vicent contienen hoy toda la seducción de la modernidad y tras haber realizado un esfuerzo extraordinario, habían estudiado ocho horas diarias, tenían las puertas abiertas en las universidades extranjeras.
Lo que más me llamó la atención del artículo de Vicent, es su reflexión final. Esa en la que apunta que hace bien pocos años era la izquierda la que apostaba por abrir puertas, la que propugnaba políticas de igualdad de oportunidades pero no para vacar, sino para lograr la excelencia y acceder, cualquier que fuera su origen, a cualquier centro de estudio prestigioso en el que dar rienda suelta a las posibilidades de cada cual. Pero hoy, escribe Vicent, es la derecha la que emite ese mensaje, esa ambición de facilitar las cosas a los suyos, emitiendo este mensaje: nuestros jóvenes a Oxfor y a Harvard; la izquierda que se quede con el botellón.
Es una reflexión tan lapidaria, que hace daño. Por real. Porque aquella política ambiciosa se volvió conformista. Sí, muchos jóvenes, de escasa posibilidades económicas, tuvieron y tienen acceso a la universidad, y se van de Erasmus por medio mundo. Pero muchos de ellos, y sobre todo las multitudes que pululan por nuestras crecidas universidades, abandonan pronto sus ambiciones y curiosidad y se dejan mecer por la desangelada cultura de botellón que inunda plazas y parques y que exportamos por Europa con la media sonrisa de un descerebrado orgullo.
La izquierda, y por extensión toda la sociedad española, tiene que repensar algunas cosas y recuperar ese impulso primigenio de igualdad de oportunidades, pero para mejorar, para ser ambiciosos y devolver a todos los ciudadanos una inversión cara y que debería ser nuestro mejor capital. Pero está claro que lo fácil es no abordar ese cambio de envergadura, que en nombre del sempiterno talante miremos comprensivos a esos miles de jóvenes que se entregan con tanta fruición a la mecánica del botellón, esa fiesta cutre que ha traspasado el fin de semana y se ha vuelto diaria. Demasiada jarana y poco trabajo. Así es imposible combatir el desaliento y la desesperanza de esas nuevas generaciones. Aunque hay una parte, precisamente la que impulsa la derecha desde sus centros y universidades privadas, que quiere comerse el mundo. Será la élite del futuro cercano. La mayoría, seguirá quejándose.

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