¿DERECHO A DECIDIR?.¿QUÉ?
Cuando algo se pone de moda, se pone. Y no hay manera. Sobre todo si es algo vendible y mediático. Y aquí estamos, con el famoso derecho a decidir. No hay duda de que sus impulsores han tenido un acierto propagandístico indudable, aunque el planteamiento o, mejor dicho, los argumentos que lo sustentan supongan, a veces, todo un insulto a la inteligencia. Pero vayamos por partes.
Érase una vez una comunidad autónoma, Cataluña, cuyos dirigentes, que siempre jugaron a la ambigüedad identitaria y la utilizaron a troche y moche para lograr sus objetivos, decidieron dar un salto adelante y sumarse a las pretensiones independentistas de grupos hasta hace poco minoritarios y entre los que sobresalía ERC. Se olvidaron pronto de términos como legalidad, lealtad y Constitución. Empezaron pidiendo primero un cupo a la vasca y, como no lo consiguieron, se entregaron de alma y corazón a la causa independentista. Yo no sé como enfrentarían otros países una situación así de deslealtad constitucional por parte de una autoridad pública, pero me da en la nariz que como poco esos cargos serían destituidos, inhabilitados y posiblemente juzgados. No puedo, y lo intento, pensar en como reaccionaria Washington ante una posición independentista pongamos por caso de Dakota del Sur, o como lo haría Berlín ante una rebelión del presidente bávaro. Y que no me vengan con el cuento de Escocia, que eso, como todo lo que concierne al Reino Unido de la Gran Bretaña, es otro caldar.
Y en esas estamos. Con un gobierno autónomo en clara rebeldía, aunque lance cortinas de humo constantes no vaya a ser que alguien se ponga serio y las pida responsabilidades; una movilización muy importante de los independentistas, convencidos unos y oportunistas los otros. Y un gobierno central que, como su presidente, prefiere mirar para otro lado, esperar a que se solucione solo y no aportar ninguna idea para salir del atolladero.
Los responsables políticos catalanes, por llamarlos de alguna manera, me refiero a lo de responsables, se han lanzado por un camino peligrosísimo y probablemente lo han hecho con un doble objetivo: por un lado desviar la atención sobre los gravísimos trasquilones que han dado, y darán, a los servicios del estado del bienestar, es decir sanidad, educación, atención social...mientras desvían fondos para sufragar los fastos proindependentistas; por el otro aprovecharse de la debilidad del gobierno Rajoy para sacar otra tajada que les diferencie del resto del país, ya se sabe que nunca les gustó aquello del café para todos cuando podía ser para ellos solos y para alguno más.
Y así las cosas qué pasa en Cataluña y en el resto de España: pues muchos de los que ahora se movilizan atraídos por la flauta mágica de la independencia, que les solucionará todo, están seguramente hartos de tanto recorte y se dejan llevar por supuestas afrentas, maltratos y extorsiones del resto de España. Algunas razones sólidas sí tienen para quejarse, pero es bien cierto que la mayoría del argumentario victimista de los independentistas no tiene base real alguna; han retorcido la historia, las cifras, las declaraciones hasta límites que producen sonrojo a cualquiera que se pare a pensar un poco y no se deje arrastrar por el populismo que tan bien manejan. Y han llenado las redes de ridiculeces, cuando no estupideces que dan vergüenza ajena.
La movilización que han conseguido, repito, es impresionante, y refleja claramente el profundo malestar de una parte considerable de la sociedad catalana.
¿Qué ocurre en el resto de España?. Pues que sufrimos los mismos atropellos que los catalanes, ha habido reacciones masivas en las calles contra los recortes en sanidad, educación, derechos sociales y laborables...y hemos tenido muy claro quienes son los responsables sin echar la culpa a otras comunidades, ni buscarlos fuera. Y ante la crisis catalana es encomiable la reacción serena de la inmensa mayoría del país.
Entonces derecho a decidir ¿qué?. Estan los responsables catalanes lanzados en preparar una consulta con la que no tienen muy claro a donde quieren ir a parar. Salvo los irredentos independentistas, el resto mantiene una calculada ambigüedad, porque siempre les queda la baza de negociar in extremis.
Saben, como sabemos todos, que esa consulta es irrealizable por ilegal e inconstitucional. Pero insisten. Está claro que algo hay que hacer cuando una parte importante de una comunidad dice que no se siente a gusto en el marco común y que se quiere ir de la casa. Dejando al lado la opción favorita de Rajoy que es callarse y esperar, hay otras que, aunque arriesgadas, serían debatibles: una sería la refundación de España, con un nuevo marco que solvente de una vez los problemas territoriales; supondría reformar a fondo la Constitución, pero sería una decisión de todos; la otra sería convocar un referendum para decidir sobre la independencia de Cataluña; aquí el problema es que los independentistas creen que solo debe celebrarse en esa comunidad, cuando lo razonable sería que votaramos todos, ya que de producirse la segregación a todos nos afectaría. Los independentistas no deberían temer esa consulta general; a lo mejor se llevan la sorpresa de su vida al tener un respaldo masivo de los españoles para que se vayan. Mi voto, desde luego, lo tienen. Nada peor que obligar a alguien a estar donde no quiere. Claro que también soy de los que creo que habría que convocar un referendum para echar a aquellos que permanentemente cuestionan el marco constitucional, quieren situaciones de privilegio frente al resto y reman en sentido contrario cuando todo el país está en una situación tan difícil por la crisis financiera, social e institucional. En todo caso, derecho a decidir sí, pero derecho de todos.
Érase una vez una comunidad autónoma, Cataluña, cuyos dirigentes, que siempre jugaron a la ambigüedad identitaria y la utilizaron a troche y moche para lograr sus objetivos, decidieron dar un salto adelante y sumarse a las pretensiones independentistas de grupos hasta hace poco minoritarios y entre los que sobresalía ERC. Se olvidaron pronto de términos como legalidad, lealtad y Constitución. Empezaron pidiendo primero un cupo a la vasca y, como no lo consiguieron, se entregaron de alma y corazón a la causa independentista. Yo no sé como enfrentarían otros países una situación así de deslealtad constitucional por parte de una autoridad pública, pero me da en la nariz que como poco esos cargos serían destituidos, inhabilitados y posiblemente juzgados. No puedo, y lo intento, pensar en como reaccionaria Washington ante una posición independentista pongamos por caso de Dakota del Sur, o como lo haría Berlín ante una rebelión del presidente bávaro. Y que no me vengan con el cuento de Escocia, que eso, como todo lo que concierne al Reino Unido de la Gran Bretaña, es otro caldar.
Y en esas estamos. Con un gobierno autónomo en clara rebeldía, aunque lance cortinas de humo constantes no vaya a ser que alguien se ponga serio y las pida responsabilidades; una movilización muy importante de los independentistas, convencidos unos y oportunistas los otros. Y un gobierno central que, como su presidente, prefiere mirar para otro lado, esperar a que se solucione solo y no aportar ninguna idea para salir del atolladero.
Los responsables políticos catalanes, por llamarlos de alguna manera, me refiero a lo de responsables, se han lanzado por un camino peligrosísimo y probablemente lo han hecho con un doble objetivo: por un lado desviar la atención sobre los gravísimos trasquilones que han dado, y darán, a los servicios del estado del bienestar, es decir sanidad, educación, atención social...mientras desvían fondos para sufragar los fastos proindependentistas; por el otro aprovecharse de la debilidad del gobierno Rajoy para sacar otra tajada que les diferencie del resto del país, ya se sabe que nunca les gustó aquello del café para todos cuando podía ser para ellos solos y para alguno más.
Y así las cosas qué pasa en Cataluña y en el resto de España: pues muchos de los que ahora se movilizan atraídos por la flauta mágica de la independencia, que les solucionará todo, están seguramente hartos de tanto recorte y se dejan llevar por supuestas afrentas, maltratos y extorsiones del resto de España. Algunas razones sólidas sí tienen para quejarse, pero es bien cierto que la mayoría del argumentario victimista de los independentistas no tiene base real alguna; han retorcido la historia, las cifras, las declaraciones hasta límites que producen sonrojo a cualquiera que se pare a pensar un poco y no se deje arrastrar por el populismo que tan bien manejan. Y han llenado las redes de ridiculeces, cuando no estupideces que dan vergüenza ajena.
La movilización que han conseguido, repito, es impresionante, y refleja claramente el profundo malestar de una parte considerable de la sociedad catalana.
¿Qué ocurre en el resto de España?. Pues que sufrimos los mismos atropellos que los catalanes, ha habido reacciones masivas en las calles contra los recortes en sanidad, educación, derechos sociales y laborables...y hemos tenido muy claro quienes son los responsables sin echar la culpa a otras comunidades, ni buscarlos fuera. Y ante la crisis catalana es encomiable la reacción serena de la inmensa mayoría del país.
Entonces derecho a decidir ¿qué?. Estan los responsables catalanes lanzados en preparar una consulta con la que no tienen muy claro a donde quieren ir a parar. Salvo los irredentos independentistas, el resto mantiene una calculada ambigüedad, porque siempre les queda la baza de negociar in extremis.
Saben, como sabemos todos, que esa consulta es irrealizable por ilegal e inconstitucional. Pero insisten. Está claro que algo hay que hacer cuando una parte importante de una comunidad dice que no se siente a gusto en el marco común y que se quiere ir de la casa. Dejando al lado la opción favorita de Rajoy que es callarse y esperar, hay otras que, aunque arriesgadas, serían debatibles: una sería la refundación de España, con un nuevo marco que solvente de una vez los problemas territoriales; supondría reformar a fondo la Constitución, pero sería una decisión de todos; la otra sería convocar un referendum para decidir sobre la independencia de Cataluña; aquí el problema es que los independentistas creen que solo debe celebrarse en esa comunidad, cuando lo razonable sería que votaramos todos, ya que de producirse la segregación a todos nos afectaría. Los independentistas no deberían temer esa consulta general; a lo mejor se llevan la sorpresa de su vida al tener un respaldo masivo de los españoles para que se vayan. Mi voto, desde luego, lo tienen. Nada peor que obligar a alguien a estar donde no quiere. Claro que también soy de los que creo que habría que convocar un referendum para echar a aquellos que permanentemente cuestionan el marco constitucional, quieren situaciones de privilegio frente al resto y reman en sentido contrario cuando todo el país está en una situación tan difícil por la crisis financiera, social e institucional. En todo caso, derecho a decidir sí, pero derecho de todos.
Etiquetas: Catalunya, Cataluña, derecho a decidir, Rajoy
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